
Domingo Villar nos ha regalado una de las mejores novelas policíacas españolas. Lo mejor de libro, sin contar el tema central, son esas conversaciones entre Leo Caldas y su padre, cuyas certezas te dejan el corazón helado.
El inspecto le miró de reojo. Su padre sonreía.
- Antes de conocerte, quiero decir.
- Yo no sé si podría - susurró Leo, pensando en alto -. No querría que crecieran sin un padre.
- No exageres, coño. Ser policía no es ir al frente.
- Yo no hablo de morirme - dijo Caldas -. Hablo de no estar.
Su padre se sentó en el coche. Arrancó el motor, encendió las luces y bajó la ventanilla.
- Cada uno lo hace lo mejor que puede, Leo.
- Lo sé - afirmó Caldas, y dio dos golpecitos en el capó.
Hasta mañana. Y no te preocupes por mí. Ya maduraré.
- No se madura, Leo - replicó su padre antes de acelerar y dejarlo de pie en el aparcamiento-. Sólo se envejece.
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