Friday, January 21, 2011

La playa de los ahogados



Domingo Villar nos ha regalado una de las mejores novelas policíacas españolas. Lo mejor de libro, sin contar el tema central, son esas conversaciones entre Leo Caldas y su padre, cuyas certezas te dejan el corazón helado.

El inspecto le miró de reojo. Su padre sonreía.

- Antes de conocerte, quiero decir.
- Yo no sé si podría - susurró Leo, pensando en alto -. No querría que crecieran sin un padre.
- No exageres, coño. Ser policía no es ir al frente.
- Yo no hablo de morirme - dijo Caldas -. Hablo de no estar.

Su padre se sentó en el coche. Arrancó el motor, encendió las luces y bajó la ventanilla.

- Cada uno lo hace lo mejor que puede, Leo.
- Lo sé - afirmó Caldas, y dio dos golpecitos en el capó.

Hasta mañana. Y no te preocupes por mí. Ya maduraré.

- No se madura, Leo - replicó su padre antes de acelerar y dejarlo de pie en el aparcamiento-. Sólo se envejece.

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